SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de san Beda el Venerable,
presbítero, sobre el evangelio de san Lucas
(Libro 1, 46-55: CCL 120, 37-39)
MAGNIFICAT
María dijo: «Proclama mi
alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
salvador.»
«El Señor -dice- me ha engrandecido con un don tan magnífico e
inaudito que no se puede explicar con palabras humanas, y el mismo corazón con
todo su amor apenas puede llegar a comprenderlo. Por lo tanto, me entrego con
todas mis fuerzas a la alabanza y a la acción de gracias, contemplando la
grandeza de aquel que es eterno, y gustosamente le consagro mi vida,
sentimientos y pensamientos, porque mi espíritu se alegra en la divinidad eterna
de Jesús, es decir, del Salvador, que se ha revestido de mi carne y reposa en mi
seno.»
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es
santo.
Estas palabras se relacionan con el comienzo del cántico, donde se
dice: Proclama mi alma la grandeza del Señor. Sin duda que sólo aquel en quien
el Poderoso hace obras grandes sabrá proclamar dignamente la grandeza del Señor
y podrá exhortar a los que, como él, se sienten enriquecidos por Dios, diciendo:
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Pues el que no proclama la grandeza del Señor, sabiendo que es infinita,
y no bendice su nombre será el último en el reino de los cielos. Se dice que su
nombre es santo porque, por su inmenso poder, trasciende toda creatura y está
infinitamente por encima de todas las cosas creadas.
Auxilia a Israel su
siervo, acordándose de su misericordia. Con toda propiedad el cántico llama
siervo o niño del Señor a Israel, pues, para salvarlo, Dios lo acogió como se
acoge a un niño obediente y humilde, según aquello que dice Oseas: Cuando Israel
era un niño yo lo amé.
Porque quien no quiere humillarse no puede tampoco
ser salvado ni decir con el profeta: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi
vida, pues, el que se haga pequeño tal como este niño será el más grande en el
reino de los cielos.
Como lo había prometido a nuestros padres, en favor
de Abraham y su descendencia por siempre.
Al hablar aquí de la
descendencia de Abraham no se refiere a la descendencia según la carne, sino
según el espíritu, es decir, no sólo habla de aquellos que han sido engendrados
según la carne, sino también de todos aquellos que han seguido los pasos de
Abraham por medio de la circuncisión de la fe. Porque Abraham creyó cuando
estaba en la circuncisión y, ya entonces, su fe le fue tenida en cuenta para la
justificación.
Por lo tanto la venida del Salvador fue prometida a
Abraham y a su descendencia por siempre, es decir, a los hijos de la promesa, de
quienes se dice: Si sois de Cristo sois por lo mismo descendencia de Abraham,
herederos según la promesa.
Con razón la madre del Señor y la madre de
Juan se adelantaron con sus respectivas profecías al nacimiento de sus hijos;
con ello, de la misma forma que el pecado comenzó por la mujer, también por la
mujer se inicia la salvación, y la vida, que fue perdida por el engaño que
sedujo a una sola mujer, es ahora devuelta al mundo por la profecía de dos
mujeres que compiten en su empeño por anunciar la salvación.
RESPONSORIO Lc 1, 48-50
R. Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, * porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es
santo.
V. y su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación.
R.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su
nombre es santo.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que, compadecido del hombre caído y
sentenciado a muerte, quisiste redimirlo con la venida de tu Hijo, concede a los
que en esta Navidad han de postrarse ante él con humildad, para adorarlo hecho
niño en Belén, que merezcan gozar eternamente de la compañía de su redentor. Él,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los
siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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